Raimundo Hollywood debuta en Cannes y se queda tan pancho

Pues eso, que por primera vez aquí Raimundo Hollywood y mi fiel compañero, el oso cinéfilo Ovedito, pusimos el pie en el Festival de Cannes. Subimos la escalinata del Festival, paseamos por la Croisette, alternamos con la industria y sus estrellas. Y nos quedamos tan panchos.

Vamos, que no se nos salieron los ojos de las órbitas (bueno, sí que ocurrió con alguna película tan mala que hasta ha ganado algún premio en el palmarés pero mejor no decimos cual), ni nos pareció el mejor festival del mundo ni ninguna de estas cosas que acompañan a una muestra tan venerada y longeva como esta, que ya cumplió sus 75 años.

Digamos que tanto cine, tanto cine y al final es como una premiere de Hollywood pero en una ciudad francesa, donde sustituyes la falsa cordialidad angelina por el esnobismo franchute y ahí tienes el resultado.

Si en los Oscar hay alfombra roja para todos, pero por un lado pasan los que se llaman estrellas y por el otro los normales azuzados por los seguratas que te echan para atrás -como mujer- si no llevas vestido largo, en Cannes un poco más se comen a un productor por ir con mocasines. Lo que oyes. Y los ‘gorilas’ están entrenados por los mismos que en Hollywood. Sacas la cámara y ya tienes al gorila encima. Eso no es una sorpresa.

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Pero el ojo se nos quedó cuatriplático cuando echamos a faltar que en un país de cinéfilos como Francia apenas hubiera ídem en las salas. En las del extrarradio, sí. Pero en el corazón de Cannes, todo es un no parar de gente con credenciales, que si la mía es blanca y más importante que la tuya azul, y esas cosas. Comidilla de periodistas y profesionales que acuden al mayor mercado del mundo.

Pero cinéfilos como las cuadrillas de gente de la calle que acuden a llenar las salas en otros Festivales más pequeños como San Sebastián, pues no. De hecho, las salas, quitando las lujosas premieres que había a todas horas, un no parar arriba y abajo de la alfombra roja, en el resto de las salas siempre había asientos vacíos a pesar de lo difícil que era conseguir la entrada.

Pero las calles además de gente con credencial eran un no parar de ‘mamá, quiero ser artista’. Que si lo de la foto en la playa funcionó para Brigitte Bardot también servirá para mi. Y se lleva el andar rápido, no vaya a ser que se note que no tienes ni idea a dónde vas. Pese a estar en Francia, no es tan fácil comer bien y menos aún, barato. Al final, hubo más pizzetas y hamburguesitas que gambas en las fiestas. Lo mejor, la representación española. Y no decimos de cine, que fue numerosa, sino la paraeta que montó el American Pavillion de ibérico del bueno, cortado en persona por un profesional. Pena que no estuviera hecha la miel para la boca de muchos de quienes lo comieron.

Vimos películas, sí. Nos embelesó George Miller y sus ‘3,000 years of longing’, nos ensordeció ‘Elvis’ y nos revolvió las tripas (literalmente) David Cronenberg y sus ‘Crimes of the Future’. También vimos mucho cine francés. Inevitable si estás en Cannes. No se si necesario en muchas ocasiones, pero nos reímos con ‘Coupez!’, y nos hubiera gustado que ‘Le Petit Nicolas’ fuera mejor. Lo hicimos todo. Fuimos a una fiesta de barco, al Palais Bulles, la mítica casa futurista de Pierre Cardin en la Riviera francesa. Vimos pasar los jets con la bandera francesa en la premiere de Tom Cruise y su ‘Top Gun Maverick’ (¡un filme tan francés!). Lo hicimos todo en un Cannes tomado por la policía, el ejército y donde el tema del año era salvemos a Ucrania. O a su cine. Lo hicimos todo y nos quedamos como digo, tan panchos. Vamos que ni fú ni fá.

Fotos: R&R Communication

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