Sam Ortí: “Se ha hecho más stop-motion en la última década que en los cien primeros años del cine de animación”

Por Rocío Ayuso.

Ray Harryhausen y Phil Tippett fueron los culpables de que Sam Ortí se dedique a la animación stop-motion. Valenciano, de 51 años, ni por edad ni por cercanía tenía mucho que ver con sus héroes de Hollywood. Pero eran gente creativa, la que más estima, que con sus trabajos le abrieron la puerta al mundo de la animación. Al menos en sus sueños. En la realidad, fue otro valenciano, Pablo Llorens, al que Ortí echa la culpa de una carrera que cuenta con un largometraje, ‘Pos eso’, y nueve cortos, entre ellos ‘Rutina’, que acaba de participar en el Festival de Cine de la Comic-Con de San Diego. No se llevó ningún premio, pero el viaje -acompañado de su actor fetiche Rubén Casaña y su abogado, Jorge Gadea– mereció la pena. “Ha sido una experiencia muy alucinante ver a tanta gente rara, pero en el fondo tanta gente parecida a mi, junta. No sabía que hubiera tantos. Y eso siempre es gratificante”, se ríe.

No había regresado a Estados Unidos desde que hace cinco años concluyó su estancia en Portland donde su esposa, Flora Cuevas, estuvo trabajando en los estudios Laika. Claramente la animación stop-motion es un negocio de familia cuando se trata de Sam. Hasta su hijo, Lemi, empieza hacer alguna cosa con su móvil. Pero si no llega a ser por la machaconería de Flora, ‘Rutina’, no habría llegado a tiempo a la Comic-Con. “De hecho se nos había pasado el plazo, pero Flora, siempre perseverante, lo mandó igual y para gran sorpresa fue seleccionado”, recuerda Ortí a su paso por Los Ángeles. El recuerdo es actual pero la alegría, por mayúscula que fuera, fue muy breve porque esto ocurrió en 2020, apenas unos días antes de que se declarara de la pandemia de manera mundial. “Pensamos que duraría unos días. Faltaban tres meses hasta la Comic-Con”, añade con ironía dos años más tarde y cuando Ortí está hasta arriba de trabajo terminando sus dos próximos cortometrajes, ‘Paralelos’ y ‘La valla’.

Sam Orti

Aún así fue a la Comic-Con, un buen broche final para la larga trayectoria de ‘Rutina’. “De todos mis cortos ha sido uno de los que más veces ha sido seleccionado, entre ellas la preselección en los Oscar, y que ha participando en muchos festivales, aunque eso no se haya traducido en galardones, lo que es una pena. Tiene lo suficiente para gustar, pero no lo suficiente para triunfar”, acepta.

- Publicidad -

La competencia es dura. Como recuerda Ortí, ahora se hace más stop-motion de la que se ha hecho nunca y la calidad es superior. “También los medios son muy distintos y hay información por doquier. Es relativamente fácil aprender si así lo deseas. Y te puedes montar un estudio en tu casa con un presupuesto mínimo”, detalla. Pero este nacido en Ruzafa es de otra generación anterior a tecnologías como las apps al alcance de cualquier teléfono que permiten hacer stop-motion con juguetes como LEGO. “Tampoco es que sea muy fan de ese tipo de producto. A mi lo que me gusta es el diseño y si lo haces con este tipo de productos, el diseño ya viene hecho. Si se pierde el componente creativo en el diseño, en los personajes, para mi el stop-motion pierde bastante la razón de ser”.

A pesar de su conocimiento de primera mano de cómo se trabaja en estudios como Laika, o quizás por ello, Ortí tampoco es un amante de la forma de animar que allí tenían por reemplazamiento de piezas impresas en 3D. “La gracia de la animación, lo más importante, son los ojos, la boca, los parpados. Las pequeñas manipulaciones que haces tú en la cara del personaje. Y en Laika la gran mayoría de los movimientos de esa cara ya vienen dados. Tú estás animando la expresión corporal, que es muy importante también no lo niego. Pero lo más importante te lo dan hecho. Es una herramienta más que se ha impuesto mucho, pero a mi no me termina de gustar. Prefiero la animación de plastilina pura y dura. O de muñecos articulados de látex o silicona”. Técnicas como estas le acercan a su estudio preferido, el de Aardman en Bristol. Con ellos trabajó durante la creación de la serie ‘Creatures Comfort’ (2007) y junto con Harryhausen y Tippett, Ortí admira profundamente el trabajo de Nick Park. “Le considero un autor”, resume en breve de este gran talento. Su trabajo con plastilina (o en general, trabajar en plastilina) es -en su opinión- lo más parecido a la animación tradicional, siempre buscando los extremos al modelar para subrayar la expresividad del personaje, algo que otros materiales no ofrecen. “Lo que hace y lo que ha hecho Aardman me parece maravilloso. Creó una escuela, un estilo, se ganó al público y de ahí la montaña de premios Oscar que tiene”, se expande en sus halagos. Pero Park no es el único. A Ortí le gusta recordar a Peter Lord, también fundador de Aardman, como otro de los pioneros, “porque sin (su corto) ‘Morph’ nunca habría habido ‘Wallace & Grommit’”. Y también tiene claro que sin Henry Selick pero, sobre todo, sin Tim Burton, nunca se habría dado el auge actual del stop-motion. “Fue la pesadez de Tim Burton en querer hacer ‘Vincent’ la que puso el stop-motion sobre la mesa. Si no hubiera tenido el éxito que tuvo con ‘Batman’ nadie le habría dicho ‘haz esa película que quieres’. Yo soy muy fan de esa peli. Es lo mejor que se ha hecho hasta ahora en stop-motion y mira que se hizo con las (cámaras) Mitchell y sin video asistencia”, elogia.

Sam Orti
‘Rutina’, de Sam Ortí.

Hay más autores que admira. Los hermanos Quay, Jan Svankmajer y por siempre Tippett, no solo por los trabajos en ‘Star Wars’ y ‘Parque Jurásico’ que le ganaron el Oscar antes de que los efectos se pasaran al campo digital, sino incluso por esa película “bizarra y alucinante” que es ‘Mad God’ y con la que en 2021 “se quitó la espinita” de dirigir un largometraje stop-motion. “Pero quizás me ha influido más Pablo Llorens”, insiste Ortí. Con el empezó en el campo de la publicidad, ya en soporte digital, y con una serie para televisión. Y con él fue conociendo a otros muchos locos como él enamorados de la plastilina y el stop-motion como los hermanos Díez, que luego fundarían Pasozebra, o Pancho Monleón, en Truca Films. Ortí se ve como parte de una segunda generación que aprendió con estos pioneros a hacer stop-motion. Y con ellos siguió creciendo, montando su propia productora y ayudando a generaciones siguientes para que Valencia se convirtiera en el epicentro de la animación stop-motion en España que en su opinión es en la actualidad. “Valencia ha exportado un montón de profesionales no solo animadores sino modeladores, atrecistas, de todo tipo. La animación stop-motion goza de mucha salud ahora mismo en todo el mundo. Hubo un tiempo en el que pensábamos que iba a desaparecer y sin embargo se ha hecho más stop-motion en la última década en que los cien primeros años del cine de animación”, sentencia.

¿Y su propia evolución? ‘Rutina’ marca un antes y un después en la carrera de Ortí. Es quizás el cortometraje que más le gusta, aunque no puede ocultar que ‘Vicenta’ (2010) es la más redonda. “De público, de festivales, de todo”, recuerda del cortometraje candidato al Goya. Con su único largometraje, ‘Pos eso’ (2014), ganó una mención especial en el Festival de Sitges además de estar candidata al Festival de Annecy, considerado la meca de la animación. Pero con una distribución atroz ‘Pos eso’ no llega a calificarse de película de culto “porque para ser película de culto tendría que verse y fueron cinco años de trabajo para que casi nadie la viera. Solo la vieron en festivales”, se ríe por no llorar de los problemas del cine español.

Sam Orti
‘Rutina’, de Sam Ortí.

De ahí el giro de ‘Rutina’, el comienzo de un nuevo Sam. “Es otro universo visual. Hasta ‘Rutina’, lo que hacía era celtibérica. ‘Rutina’ es retro futurista, más adulto. Siempre he hecho animación para adultos, pero seguían teniendo esa estética un poco similar a los productos infantiles. Es lo que tenía gracia, ver muñecos que podrían ser para un público infantil haciendo barbaridades sangrientas”, explica. De nuevo, el cambio de tercio fue gracias a Phil Tippett. “Cuando vi el avance de ‘Mad God’ yo estaba rodando ‘Pos eso’ y me fui (del cine) con una crisis enorme pensando que llevaba 15 años haciendo la España cañí en plastilina cuando lo que quería hacer era eso otro. Tuve una crisis muy grande. Luego fue el fracaso de ‘Pos eso’, tras el que me vine a vivir a Estados Unidos. Tampoco la aventura americana salió como esperaba. Y de vuelta en España decidí hacer lo que me gusta hacer y fue ‘Rutina’”, resume en unas pocas frases lo que ha sido su última década.

El futuro quiere que siga por este camino. “No quiero repetir la etapa pre-‘Pos eso’”, dice. Ahora está terminando un corto de terror que mezcla actores con personajes de animación (‘Paralelos’) y metido en otro que pertenece al universo de ‘Rutina’, pero es otro tipo de historia totalmente distinta. “Estéticamente continuaré en ese universo, pero temáticamente cada una diferente a la anterior. Y técnicamente quiero experimentar con cosas que no haya hecho nunca. Quiero aprender y divertirme”, agrega como su nuevo lema.

Le gustaría no tener que moverse de Valencia por trabajo y es optimista sobre la animación en España. “Se produce mucha de muy buena calidad. Otra cosa es que me preguntes por las películas que se hacen. Pero eso es una cuestión de gusto. Se hacen demasiadas películas parecidas. Es el día de la marmota. Me gustaría que el cine fuera a ser arriesgado y diferente, pero entiendo que le mercado no lo permite. Todas las series me parecen la misma serie y todas las películas, me parecen la misma película”, se explaya. Le gustaría ver algo como ‘Love, Death and Robots’ hecho en España “pero aún no se ha hecho”, lamenta conocedor de que gran parte del talento que ha hecho de esta serie de cortometrajes animados de Netflix un éxito es español. “En España se hacen cortometrajes muy arriesgados. Son todos independientes, hechos con todo el amor y el cariño, sin ayuda. Pero, cuando hay que hacer un largo, incluso el que ha hecho un corto muy interesante hace un filme muy aburrido”, concluye.

Sam Orti
‘Rutina’, de Sam Ortí.
-Publicidad-