‘Brooklyn’: el contraste de Irlanda y el barrio de Brooklyn en los años 50

‘Brooklyn’ cuenta la historia tremendamente emotiva de Eilis Lacey (Saoirse Ronan), una joven inmigrante irlandesa que intenta abrirse paso por el Brooklyn de los años cincuenta. Atraída por el sueño americano, Eilis cambia Irlanda y el confort del hogar materno por la costa de la ciudad de Nueva York. Su nostalgia y ataduras iniciales disminuyen rápidamente cuando un nuevo romance la sume en el embriagador hechizo del amor. Sin embargo, el renovado vitalismo de Eilis pronto se verá perturbado por su pasado, teniendo que elegir entre dos países y las personas que los habitan. La película se estrena en cines españoles el 26 de febrero y acumula tres nominaciones a los Oscar.

Cobrando vida con los oníricos matices de un poema de amor, la película ‘Brooklyn’ de Enniscorthy, Irlanda, y el otro, el bullicioso caos del distrito de Brooklyn, Nueva York, frecuente primera parada de muchos inmigrantes en su llegada a América. John Crowley se propuso explorar ambos mundos junto a un equipo que incluía al director de fotografía Yves Bélanger (‘Alma salvaje’, ‘Dallas Buyers Club’), el diseñador de producción François Séguin (‘El caso Slevin’) y la diseñadora de vestuario Odile Dicks-Mireaux (‘An education’).

Llevar la producción a Enniscorthy, una ciudad de 10.000 habitantes situada en el centro del Condado de Wexford, era fundamental para captar matices y reflejar a los entrometidos vecinos de la historia de Colm Tóibín. “Aquí es donde nací”, dice el autor. “Mis padres eran de Enniscorthy, mis abuelos eran de ahí…, y fue muy bonito ver los sets de la película en las mismas calles en las que yo pensaba cuando escribí el libro”.

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Deambular por el territorio familiar de Tóibín, el lugar que hizo a Eilis ser la persona que es cuando llega a Nueva York, inspiró igualmente a los actores. “El hecho de llegar a percibir el espíritu de un sitio como Enniscorthy afecta a tu interpretación”, dice Ronan. “Dado que los personajes de ‘Brooklyn’ son muy irlandeses y están muy apegados a su tierra, para nosotros era realmente genial estar cerca de personas que son así en la vida real, que tenían el acento de Enniscorthy y que se habían criado allí”.

Mientras que algunos fragmentos de la parte americana del filme se rodaron en las icónicas escalinatas de piedra rojiza de Brooklyn y en las costas de Coney Island, los realizadores también encontraron un sucedáneo de la década de los cincuenta en Montreal, Canadá, que también se utilizó para representar un anterior y antiguo distrito de Brooklyn en el clásico drama sobre el mundo de la mafia ‘Érase una vez en América’.

En cuanto a la fotografía, el objetivo de Yves Bélanger era evocar la obra de Tóibín con algunos de los ejercicios más creativos que ha realizado hasta el momento, mediante una estilizada iluminación y un lírico encuadre, que transmitieran tanto la tenue energía de los cincuenta como los indescriptibles sentimientos de añoranza que Eilis experimenta a ambos lados del océano. “Yves hizo un brillante trabajo, y no me puedo imaginar a otro director de fotografía que pudiera haber logrado la belleza que él aportó al filme en tan corto espacio de tiempo”, señala Dwyer.

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Asimismo, el diseñador de producción François Séguin se concentró en los detalles nostálgicos de la época de los cincuenta, pero también en los diferentes ambientes de una Irlanda cuya apariencia todavía tenía reminiscencias de los años de pre-guerra tanto en el mobiliario como en la decoración, mientras que Brooklyn estaba experimentado el rápido cambio de la posguerra. En ambos lugares, Séguin centró sus esfuerzos en forjar una visceral identidad propia. “François tiene muchísimo talento”, dice Dwyer. “A pesar de trabajar en una amplia variedad de sets ubicados en países diferentes, fue capaz de crear una atmósfera cohesiva que daba sensación de conjunto”.

También ayudó a recrear la época en la mente de los actores el bello vestuario provisto y creado por Odile Dicks-Mireaux, evocando la inimitable elegancia y armonía de la década de los cincuenta en Nueva York. A Dicks-Mireaux le entusiasmó retroceder en el tiempo hasta dicho período. “Fue un auténtico placer trabajar con estos personajes”, dice Dicks-Mireaux, “además, en los años cincuenta había mucha inventiva y la producción era muy artesanal”.

Tóibín señala que tenía motivos muy concretos para elegir esa época, buscando analizar ese período, discreto pero lleno de implicaciones, situado entre el estruendo de la II Guerra Mundial y los rápidos cambios sociales que tendrían lugar en la década de los sesenta. “Quería que fuera un mundo muy privado en el que poder lanzar una profunda mirada sobre un conjunto de personas, que de otro modo podrían verse relegadas, y colocarlas en primer plano. Por supuesto, no hay ningún periodo realmente neutral, pero éste es más neutral que la mayoría”, dice el novelista.

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La fase temprana de la fotografía callejera, especialmente las obras de la enigmática Vivian Maier y el icónico fotógrafo neoyorkino Elliott Erwitt, inspiró a Dicks-Mireaux a través de sus espontáneas fotos de fugaces momentos urbanos. No obstante, Dicks-Mireaux ni siquiera se permitió echar un vistazo a la moda de la época.

“John encomendó específicamente no mirar revistas de moda, pues ésta es una historia de gente real, de chicas de clase trabajadora que intentan ganarse la vida en Nueva York”, explica. “En todos y cada uno de los aspectos del filme, John quería que la estética fuera muy natural y auténtica”.

Dicks-Mireaux disfrutó especialmente marcando el contraste entre el Brooklyn que seguía la última moda, mundo del que Eilis se convierte pronto en una parte, y la más austera forma de vestir de Enniscorthy. “Había una enorme diferencia entre Estados Unidos e Irlanda durante los años de posguerra”, explica. “Los estilos no podían ser más distintos, lo cual es perfecto para la historia que estamos contando. En América, era una época de rico colorido –rojos, caramelos y amarillos ocre, rosas y colores pálidos–, algo que, simplemente, no existía en Irlanda”.

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Otro elemento que ha contribuido igualmente a la evocadora atmósfera del filme es la música, desarrollada en una doliente banda sonora compuesta por Michael Brook (‘Hacia rutas salvajes’, ‘The fighter’). También hay un trascendente momento musical; cuando Eilis se ofrece voluntaria para servir la comida de Navidad a oprimidos inmigrantes irlandeses y, finalmente, se queda embelesada por la emotiva canción irlandesa que interpreta un nostálgico irlandés.

Colm Tóibín comentó a Finola Dwyer y Amanda Posey que la excepcional voz del cantante irlandés Iarla Ó Lionáird le había servido de particular fuente de inspiración mientras escribía esa escena. Inspiradas también ellas, contactaron con Ó Lionáird y tuvieron la satisfacción de poder traerle a Montreal para interpretar en directo el tema “Casadh an Tsúgáin” en el propio set.

Ó Lionáird entendía muy bien por qué esa canción producía tanto impacto en Eilis. “Es una canción de amor cuyo repetitivo estribillo habla de un hombre que pide a una mujer que le aclare de qué forma está unida a él”, explica. “Eilis se siente identificada, pues se siente unida a dos mundos. En la canción, el hombre le dice a la mujer ‘si estás conmigo, estás conmigo’ y también ‘estate conmigo frente a todos, muéstraselo a todos, déjalo claro’. Eilis tiene que acometer su propio futuro y decidir cuál será”.

Ronan se conmovió tanto como su personaje durante la escena. “Con su extraordinaria voz, Iarla era capaz de transmitir todas las emociones que uno experimenta cuando se halla muy lejos de su hogar”, afirma.

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